viernes, 20 de noviembre de 2009

Otra espera, nueva.

Ya lo dice el blog mejor que yo: la amarga espera ya pasó. Me percaté cuando lo vi escrito sobre la imagen: no se trataba sólo de la difícil espera de nueve meses, la amarga espera habían sido los cuatro años que tuvimos el deseo entre las manos. Toda esa espera ya pasó.

Hoy soy una mujer renovada. Nueva no. Porque cuento con las marcas de todos esos años, y otros anteriores que habían tenido lo suyo. No tanto, pero lo suyo. Esas marcas cambiaron el rumbo de mi vida inexorablemente. Tanto que hoy siento que inicio una nueva espera, distinta.

Antes de querer ser madre, ya me ganaba la vida trabajando. Mi vida no era sólo eso. Pasa que ahora siento que estoy barajando de nuevo, que los días son un comienzo en blanco y me pregunto qué quiero hacer. Quiero pegar un volantazo.

Si la vida se deja yo le meto mano dice Sabina y yo quiero ver qué tanto se deja, porque hasta ahora me la venía metiendo a mí. Ahora es mi turno y no quiero dejarlo pasar. Quiero pegar un volantazo y dedicar mi vida a la escritura. Escribo desde adolescente, pero recién hace dos años empecé a preguntarme por qué nunca me lo había tomado en serio. Tengo muchas respuestas a esa pregunta, pero no quiero aburrirlos, para eso le pago a mi psicoanalista, que hace rato que no voy.
El tema es que quiero tomármelo en serio y empecé como con todo lo que hago: a full. No soy de las que se quedan quietas. Mi cabeza va pensando cómo hacer para ir cambiando de laburo y mi corazón ya se imagina en la Feria del Libro. Soy así, no lo puedo remediar.
Se que para vivir de los libros falta mucho, pero me gustaría al menos que algunas de mis líneas me dejen algún violeta a cambio de publicarlas en algún lado. Para comenzar me conformaría con eso. Pero bueno, se que no es rápido, ni fácil. Pero siento que me embarco en un nuevo anhelo. Un nuevo horizonte que me hace feliz, obvio, porque antes no podía pensar en esto. Escribía, sí, pero para drenar el dolor. Para seguir viviendo. Hoy quiero vivir para escribir y no a la inversa.
Y bueno soy así, no me quedo quieta.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Hijo e’ tigre

Cuando pensé por primera vez en que algún día tendría hijos, tomé conciencia de lo importante que sería decidir con quién. Aún no lo sentía en carne propia, pero es sabido que un hijo es lo más importante que uno puede tener. Pensaba entonces que el padre tendría que ser alguien de mi total confianza. Iba a tener tanto derecho como yo a quedarse con el niño, a educarlo, etc. Entonces, si quería lo mejor para mi hijo, tenía que empezar por buscarle un buen padre. Con eso en la cabeza andaba yo en mis veintitantos años. Criterio bien concreto que me servía para identificar una relación ocasional de algo que podía volverse serio. De las primeras también tuve, obvio.

¿Se puede decir que me enamoré dos veces de la misma persona? Sí. Cuando era adolescente conocí a un pibe seductor, inteligente, cariñoso, divertido, que estaba re fuerte (eso era importante en aquellos tiempos), algo mujeriego (eso me atraía). Me enamoré como una perfecta quinceañera. Salimos durante un año y nos separamos. Siempre lo recordé como una de las mejores relaciones que había tenido. Ocho años más tarde, volvimos a encontrarnos. Conocí a un hombre seductor, inteligente, cariñoso, divertido, noble, laburador, honesto, sincero. Tenía unos kilitos de más, pero no me importaba. Sus labios gruesos seguían intactos, eso siempre me había gustado. Me enamoré. En una reunión de unos amigos de él, vi cuánta gente lo quería y cuánto le gustaban los chicos. Había encontrado al padre de mis hijos. Me enamoré definitivamente.

Después vinieron años felices que se oscurecieron con la historia que ya conocen. Supe que no me había equivocado. Era todo lo que dije y más. Sobre todas las cosas, un compañero de esos hechos de buena madera, que están. Siempre. El hombre que tenía al lado era -sin ser padre- un padre decidido a poner patas para arriba el mundo para encontrarse con su hijo. Está claro que Fede, no sólo tiene la cara del padre, sino su fuerza. Bueno, la mía también. Si llega a juntar un poco de ambas, me da miedo que estalle.

Pero eso no es todo. Hace algunas semanas, yo miraba raro el tender mientras al colgar nuestra ropa, se intercalaban mediecitas minúsculas, baberos, bodies, pantaloncitos diminutos. En eso llegó Igriega. Me saludó raro, él se pone así cuando trae algo entre manos. De pronto se levanta la manga de la remera y me dice: mirá lo que me hice. ¡Guau! ¿Es de verdad? ¡Claro! Lo miro entre contenta y sorprendida y me dice: había hecho una promesa, si nacía Fede me hacía un tatuaje, va a ser uno por cada hijo (esta claro que no tiene riesgo de quedar como el tipo que tiene tatuada toda la cara). Es un tigre porque tiene garra y cuida a la familia. Qué les puedo decir. Me encantó. Me gustan los tatuajes en los hombres, me resultan sexis y si encima es mi marido, el padre de mi hijo, que se escribió Padre bajo la piel, qué más puedo decir: gracias a la vida que me ha dado tanto.

lunes, 2 de noviembre de 2009

F.U.M.

Hace exactamente un año atrás empezábamos de nuevo. Otra vez habíamos cargado las pilas, la plata, las ganas, la fe, la paciencia. Todo eso que se necesita para llevar un nuevo tratamiento de alta complejidad adelante. Era nuestro tercer ICSI y aunque ya estábamos cansados, yo nunca perdí esa certeza profunda de que lo íbamos a lograr.

Así que cansancio en mano nos tomamos el tratamiento como una actividad más. Como ir al súper, laburar, salir a comer. Había aceptado que mi vida consistía en parte, en eso y era mejor relajarse que estar peleándose todo el tiempo con el destino fallido que nos estaba tocando.
Habíamos tenido un par de charlas intensas con la Doctora K para ajustar tuercas respecto del tratamiento anterior. Que esto hagámoslo así, que esto otro cambiémoslo, que vamos a blastos de nuevo, etc. Luego de eso me propuse ir a las ecografías de control como quien paga el peaje. Uno no le anda preguntando al hombre de la cabina cuántos autos pasaron en el día, cuántos espera que pasen, cuál es su opinión respecto del tránsito. Simplemente extiende la mano, deja que el otro agarre la plata, acelera y se va, para volver a hacerlo cada vez que pase por allí.

Hace exactamente un año, me venía de nuevo. Lo que aún no sabía era que repetiría esa fecha durante los siguientes nueves meses. En cada ecografía, en cada control el 2 de Noviembre se iba haciendo más lejano y con esa distancia la panza crecía y Fede se hacía fuerte y luchador.

Hace exactamente un año atrás no me imaginaba que ese día era el comienzo de mi nueva vida. Era el primer paso que dejaba entreabierta la puerta blindada que golpeábamos hacía rato.

Hace exactamente un año atrás no me imaginaba que la vida podía cambiar tanto otra vez. Que la sonrisa de un niño puede darle sentido al sin sentido. Que la fuerza volvería a mi cuerpo y de a poco, otra vez tendría tantas ganas de vivir.

Y además, llueve. Qué más puedo pedir.