viernes, 15 de enero de 2010

Vacaciones


Emprendemos las primeras vacaciones de a tres. ¡Ciencia ficción pura! Tengo tantos bolsos que no se si poner a Fede en el portaequipaje o al revés. Nos llevamos de tarea empezar a darle de comer (otra cosa que no sea leche, está harto!).

Veremos qué sale. A la vuelta les cuento.

lunes, 4 de enero de 2010

Fiebre de 31 por la noche

Como derribadora de mitos me iría muy bien. Ya casi ni me lo propongo y me sale lo mismo. Cualquiera que me conoce sabe que los últimos cuatro años pasé unas fiestas de mierda. Alguna que otra navidad linda que se ennegreció del todo al poco tiempo. Cualquiera que sabe eso se imaginará que pasé unas fiestas de ensueño. Las primeras fiestas con Fede, sin temores, sin deseos entre manos. El gracias alcanzaba. Y sí, alcanzaba, lo que no alcanzó fue la salud.

El 24 a la tarde lo pasamos en la guardia. Fede no paraba de llorar. Fiebre, dolor, mocos = otitis. Cena del 24, yo ausente, en el baño haciéndole baños de vapor.
El 31 comenzó más o menos a las cuatro de la mañana. Yo tiritaba de frío y la fiebre hacía estallar el termómetro. Las horas venideras, un sopor que no cesaba. Paracetamol, ibuprofeno… nada. La fiebre no bajaba. A las ocho de la mañana, igual. A las nueve, a las diez. A las once llamamos al médico. Yo me imaginaba muriendo de gripe A fuera de la epidemia (re desubicada) y justo el 31. Es bastante cinematográfico, no? Pero lo mío es la literatura así que no daba morir así. La doctora llegó a las tres horas más o menos. No se mostró molesta por trabajar un día festivo. Tal vez no tenía con quién pasarlo y lo mejor era salvar moribundos como yo. En fin, no lo sé. Terminé medicada con oseltamivir por las dudas. A eso de las siete, cuando mi casa ya estaba plagada de gente con ganas de brindar, yo tomaba coraje en la cama para levantarme, con todos los pelos revueltos y la ropa pegajosa de bajadas y subidas de fiebre. Apostaba a que una ducha pudiera mejorar las cosas.

Después del agua, estuve en la cena con cara de papelito. Fede ya estaba fantástico, de tía en abuela, de abuelo en tía, y así. ¿Yo? De silla en silla. Por suerte la gente que viene a casa es gauchita y se ocuparon de todo. ¿Mi marido? Ya saben, es re gauchito, pero no se lo digan mucho porque se agranda.
No sé qué haría sin ellos.