sábado, 14 de marzo de 2009

Cuatro años en cuatro párrafos

La infertilidad es un camino largo, amargo, sinuoso y sobre todo muy frustrante. Haberme topado con él fue sin duda el comienzo del final de muchas cosas, especialmente los sueños de familia Ingalls que no me atrevía a confesar pero que aún así gozaban de excelente vitalidad. Con esa misma intensidad, se fueron haciendo pedazos en una agonía lenta pero súbita. Sin retorno.

Después de dos años compuestos por millones de meses tristes y luego de una inseminación artificial, logramos lo que parecía imposible. Quedé embarazada. Así, sin más, aparecieron las dos benditas rayas.
Cuando no se tienen experiencias negras y se viene de una familia en la que las cosas malas no suceden, alcanza con un resultado positivo para creerse que el paraíso fue alcanzado y que no queda más que gozar de sus placeres. Las cosas progresaban de maravilla y yo me sentía mejor que nunca. La infertilidad era lejana y hasta por momentos parecía extraño que esa historia hubiese sido nuestra.
Por otra parte, los embarazos son vendidos como situaciones ideales. La mujer está completa, feliz y sus preocupaciones no son más que liviandades con final feliz. Pareciera que nada de la muerte estuviera involucrada en él. Si pensamos que es uno de los hechos más trascendentales de la vida, entonces no tardaremos en entender que la muerte está indefectiblemente involucrada allí. Aunque las cosas salgan bien.

Con 22 semanas de embarazo y la omnipotencia a flor de piel, fuimos a la ecografía 3D y el mundo se vino abajo. Chicos, no encuentro latidos. La paradoja de la vida y la muerte se había dado cita en mi cuerpo sin avisar. No viene al caso relatar el infierno de cuatro días que siguieron a esas palabras. Alcanza con decir que el parto me convirtió en madre y ese bebe se convirtió en mi hijo. Todos los días que siguieron, hasta hoy, fueron opacos. Aún no he podido recuperar el brillo de los colores, ni la risa a carcajadas.

Transcurridos pocos meses volvimos a ese viejo e incómodo albergue: la maldita infertilidad. Repetimos tres veces el mismo procedimiento que nos había llevado al paraíso. Pero evidentemente, había cambiado de dirección. No estábamos ni cerca de encontrarlo.
Intentamos alta complejidad. Una vez, dos veces, tres veces. Había pasado un año y medio desde la peor tragedia de nuestras vidas. Recién en el tercer intento, volvimos a encontrarnos con las dos rayas, pero el paraíso todavía no ha regresado.

3 comentarios:

Cala dijo...

AY! uf... qué te escribo? ah sí: acá estoy como compañía en esta espera, sabés que podés contar conmigo y así vamos a ir caminando por este sinuoso camino de montaña que nos ha tocado compartir.
Besote!

Zeta dijo...

Cala! Me descubriste! Así, enseguida.
Qué bueno que estes acá. Gracias. No hace falta que digas nada, con estar alcanza.
Besos

Cala dijo...

Ja! te tengo rodeada! igual me gusta escribirte "cositas"! lo que pasa que con semejante historia como la de uds, es difícil agregar algo... estoy, aún sin palabras!
Besote!