Ya estoy acostumbrada a que las cosas no salgan como las planeo. Incluso a que me pateen la pelota fuera de la cancha. No obstante, creo que hay que mantener al menos una parte del plan. Hay cosas a las que no accedo fácilmente, una de ellas es darme por vencida. Que he sufrido bastante, es cierto. Pero eso no ha sido motivo para pensar en abandonar el partido. Así que aquí estoy, festejando la llegada de la preciada semana 30, a pesar de la nueva espadita clavada en la última eco.Las 30 semanas inauguran en mi cabeza la recta final, la cuenta regresiva. El “tratamiento” se terminará y al final me espera mi bebé, flaco, muerto de hambre, sí, pero me espera. Tal vez sirve para que vaya conociendo a la madre, que cocinando tiene la habilidad de un caniche manejando un monopatín.
Las compañeras panzonas que me adelantaban varias semanas ya están lidiando con mamaderas, pañales y chupetes. Eso me produce una sensación parecida a la que tenía en la facultad cuando esperaba para rendir un final. Llamaban al último que me precedía y sabía que la próxima vez que se abriera la temida puerta, sería irremediablemente convocada. Fijaba la mirada en la puerta, atorada en una especie de inquietud generalizada, un temblor de manos y piernas que se aplacaba recién cuando el examen comenzaba a terminar y ya podía suponer que saldría habiendo ganado la pulseada.
En fin, el flaco retomó su rutina habitual de movimientos y eso me indica que su vitalidad sigue inalterada. Vuelvo a mi inquietud habitual, esta semana un poquito más picante.


