
Volver a decir que no me identifico con el saber popular de las embarazadas, sería aburrir otra vez con el mismo tema. Lo doy por sabido y sigo.
Bien. Qué pueden importar los kilos, si de lo que se trata es de ganarle la pulseada a la muerte. La mayoría de los temas banales me importan un pito, mientras que la salud del flaco siga bien. Aunque no es menos cierto que algunas de esas cosas no es que no existan, sino que discurren por un mundo paralelo. Una especie de colectora independiente, a la que veo, por el rabillo del ojo, digamos.
Una de esas cosas es el peso. ¿Cuántos kilos es normal aumentar? A quién le importa lo normal a esta altura. Por eso, llevo casi el doble de lo que se considera “normal” aumentar en un embarazo “normal”. Definitivamente, preferiría que fuera de otro modo, pero me tranquiliza contar con una certeza: los voy a bajar. Tal vez es loca, puede ser, pero mis certezas han sido pocas en la vida y en general las he confirmado.
Ello no quita el escozor de verme crecer cual muñeco de Michelin en forma desmesurada. Siempre fui de cara grande, imagínense ahora. ¡Menos mal que no salgo mucho!
En el primer trimestre comía por ansiedad. No lograba controlar el miedo, la alegría, la preocupación, la tristeza. Todo junto se convertía en galletitas, helados, papas fritas, etc.
En el segundo trimestre la inercia hizo lo suyo. No obstante hubo algunas semanas en que las cosas se moderaron un poco. La internación “ayudó” en ese sentido y un par de ataques al hígado, incluso restaron algunos kilos ganados, que obviamente ya han sido recuperados con creces.
Ahora, en el tercer trimestre… las frases de mujeres que supieron cargarse veinte kilos, que he escuchado por ahí eran: y bueh, si total ya está… sigo comiendo. No digo que no haya algo de cierto, pero descubrí que yo como por algo más. El flaco es flaco, pero con costumbres de gordo. Se entusiasma con los dulces, festeja en la panza con múltiples movimientos que aquietan mis fantasmas. Sucede que algunos de los millones de veces en los que estoy en casa, en pleno reposo, a veces productivo, a veces improductivo, me asalta el miedo repentino: no se mueve, estará bien, hace un rato se movió mucho, pero cuánto tiempo pasó de eso, lo que pasa es que no comí nada, estará durmiendo. Luego de una cadena de preocupaciones, probablemente infundadas, recurro al plan que debe resultar infalible. De no ser así saldría disparada a la guardia. Me como algo bien dulce y espero. Se mueve. Ah, que alivio. Media hora después, todo vuelve a empezar.