
La gente normal suele bautizar a sus hijos. Les dona, en esa ceremonia, cierta pertenencia; a una religión, a un apellido, un linaje, etc. Nosotros hemos evidenciado cierta atracción por los quirófanos. Por ello y porque ni locos le negamos algo al niño, arreglamos todo para que Fede no se privara de tamaña experiencia. De paso quedaba bautizado y se salvaba del limbo pronto. Matábamos varios pájaros de un tiro. Eso siempre es tentador.
Tanto el pediatra como un doctor con oportuno apellido Cuervo coincidían en que tenía una hernia inguinal, que según nos explicaron con dibujito y todo, era una bomba de tiempo. Podía estallar ya, o no hacerlo nunca. Qué prefieren, nos pregunto. Esperar a ver si explota o quitarle la mecha con pólvora y todo. Decisiones simples que uno enfrenta en la vida. Seis días después estábamos internando al enano.
El bautismo duró mas o menos una hora. Fede solito en el quirófano, mientras la que explotaba era la madre. Cuando se lo llevaron, ella lloró como si la guerra lo esperara. Tal vez se confundió por los atuendos verdes. En esas circunstancias uno no distingue a Rambo de Poncharello.
Cuando el médico apareció sonriente por la puerta del ascensor que venía de Vietnam, la flamante madre volvió a respirar. Todo había salido bien. Las armas estaban siendo depuestas. Pero como toda guerra, no se termina de un momento al otro. Fue necesario que Fede durmiera en la madriguera de neo una noche. Una sensación horrible de que el tiempo había vuelto atrás como a quien le toca “retrocede veinte casilleros” en el juego de la oca. La madre había explotado y las esquirlas alcanzaron a enfermeras varias, de las que todo le molestaba.
Éstas locas vestidas de blanco le quitaban la soberanía sobre el pichón. Que dame más leche, que sáquenle el suero, que tiene la batita toda mojada, que estos pañales baratos están hechos con las bolsas del súper y le irritan la colita, etc. Fastidios varios que las enfermeras soportaban. Algunas estoicas, otras más o menos.
Al día siguiente, Fede volvió a casa con una venda en la ingle y otra en las bolas. Heridas de combate, que va a ser. Se hizo hombre nomás. Con todo esto, tal vez me abandona antes. Y bueh… Después de todo, el destino de las madres es ser abandonadas, así que para qué dilatar las cosas.
Tanto el pediatra como un doctor con oportuno apellido Cuervo coincidían en que tenía una hernia inguinal, que según nos explicaron con dibujito y todo, era una bomba de tiempo. Podía estallar ya, o no hacerlo nunca. Qué prefieren, nos pregunto. Esperar a ver si explota o quitarle la mecha con pólvora y todo. Decisiones simples que uno enfrenta en la vida. Seis días después estábamos internando al enano.
El bautismo duró mas o menos una hora. Fede solito en el quirófano, mientras la que explotaba era la madre. Cuando se lo llevaron, ella lloró como si la guerra lo esperara. Tal vez se confundió por los atuendos verdes. En esas circunstancias uno no distingue a Rambo de Poncharello.
Cuando el médico apareció sonriente por la puerta del ascensor que venía de Vietnam, la flamante madre volvió a respirar. Todo había salido bien. Las armas estaban siendo depuestas. Pero como toda guerra, no se termina de un momento al otro. Fue necesario que Fede durmiera en la madriguera de neo una noche. Una sensación horrible de que el tiempo había vuelto atrás como a quien le toca “retrocede veinte casilleros” en el juego de la oca. La madre había explotado y las esquirlas alcanzaron a enfermeras varias, de las que todo le molestaba.
Éstas locas vestidas de blanco le quitaban la soberanía sobre el pichón. Que dame más leche, que sáquenle el suero, que tiene la batita toda mojada, que estos pañales baratos están hechos con las bolsas del súper y le irritan la colita, etc. Fastidios varios que las enfermeras soportaban. Algunas estoicas, otras más o menos.
Al día siguiente, Fede volvió a casa con una venda en la ingle y otra en las bolas. Heridas de combate, que va a ser. Se hizo hombre nomás. Con todo esto, tal vez me abandona antes. Y bueh… Después de todo, el destino de las madres es ser abandonadas, así que para qué dilatar las cosas.
Ah... me olvidaba un detalle. El día que lo operaron, llovía. A cántaros.